Poema de su amigo Neruda para conmemorar el 82º aniversario de la muerte del poeta alicantino, muy vinculado a Jaén

MARCELINO SÁNCHEZ, gestor del Legado Hernandiano de Jaén:

El 28 de marzo de 1942, “murieron “ a Miguel Hernández abandonado gravemente enfermo  y sin atención, en una cárcel de Alicante.

Hoy vive entre nosotros interpelándonos con su poesía  verdadera, limpia y clara.

Lo recordamos con este fragmento del vibrante poema de su amigo Neruda.

A MIGUEL HERNÁNDEZ, ASESINADO EN LOS PRESIDIOS DE ESPAÑA.

LLEGASTE a mí directamente del Levante. Me traías,

pastor de cabras,    tu inocencia arrugada,

la escolástica de viejas páginas, un olor a Fray Luis, a azahares,         

al estiércol quemado sobre los montes,                     

y en tu máscara

la aspereza cereal de la avena segada y una miel que medía la tierra con tus ojos.

También el ruiseñor en tu boca traías.

Un ruiseñor manchado       

de naranjas, un hilo

de incorruptible canto,         

de fuerza deshojada.

Ay, muchacho, en la luz sobrevino la pólvora

y tú, con ruiseñor y con fusil, andando  bajo la luna            

 y bajo el sol de la batalla.

Ya sabes, hijo mío,         

cuánto no pude hacer,        

 ya sabes  que para mí,         

de toda la poesía,                

  tú eras el fuego azul.

Hoy sobre la tierra pongo    mi rostro y te escucho,

te escucho, sangre, música, panal agonizante.

No he visto deslumbradora raza como la tuya,

ni raíces tan duras,                 

ni manos de soldado,

ni he visto nada vivo         

como tu corazón  quemándose en la púrpura de mi propia bandera.

Joven eterno, vives, comunero de antaño,

inundado por gérmenes de trigo y primavera,

arrugado y oscuro como       el metal innato,

esperando el minuto que eleve tu armadura.

No estoy solo                    desde que has muerto.  

 Estoy con los que te buscan.

Estoy con los que un día llegarán a vengarte.

Tú reconocerás mis pasos entre aquellos 
que se despeñarán         

sobre el pecho de España

aplastando a Caín para que nos devuelva

los rostros enterrados.

Que sepan los que te mataron que pagarán       con sangre.

Que sepan los que te dieron tormento que me verán un día.

Que sepan los malditos      que hoy incluyen tu nombre

en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos

de perra, silenciosos cómplices del verdugo,

que no será borrado tu martirio, y tu muerte

caerá sobre toda su luna     de cobardes.

Y a los que te negaron   en su laurel podrido,

en tierra americana,    el espacio que cubres

con tu fluvial corona de rayo desangrado,

déjame darles yo el desdeñoso olvido

porque a mí me quisieron mutilar con tu ausencia…