Microrrelato de Mar Horno del V Premio Internacional de Relato sobre Olivar, Aceite y Oleoturismo que organiza la asociación Másquecuentos

Mar Horno García

En París, me aficioné a los puzles. Fue cuando Pierre me abandonó. Encajar cada pieza en su sitio, hasta que el dibujo aparece acabado y espléndido, compuesto de cientos de trozos manchihembrados, logra retenerme el desvarío de su abandono. Hoy, me ha llegado el último que compré. Un atardecer sobre un campo de olivos. Qué le voy a hacer, no puedo evitar la añoranza de mi tierra. Cuando he abierto la caja, las piezas han salido disparadas. Quieren vivir otra vida, no ser solo paisaje. Todas se lanzan a encajarse donde pueden. Una, de color verde, se acopla en el Romance sonámbulo de Lorca. Otra marrón, se ensarta en mi abrigo de invierno. Una amarilla, se camufla en una bolsita de cúrcuma. Otra plateada, se esconde en mi joyero. Es una desbandada en toda regla. Como pajarillos de olivar juegan a posarse sobre los objetos de mi piso.  Una morada, procedente de alguna de las aceitunas maduras peñadas de aceite, duda dónde meterse. Corro a mostrarle mi corazón roto. Allí se engasta y lo completa. Lo apacigua, lo sosiega, lo dulcifica. Aunque su variedad picual otorga a mi latido cierta coquetería. Me siento de nuevo feliz. Solo espero que tanta suavidad oleaginosa no le dé holgura a la pieza y se salga de mi corazón al menor atisbo de un nuevo amorío.