NUEVO MICRORRELATO DENTRO DEL V PREMIO INTERNACIONAL DE RELATO SOBRE OLIVAR, ACEITE Y OLEOTURISMO QUE ORGANIZA LA ASOCIACIÓN MÁSQUECUENTOS

LOLATENTE

Cientos de hileras verdes perfectamente trazadas dibujan campos que quitan hambre. Todas iguales; milagro matemático de rudas manos, que semilla tras semilla convirtieron la nada en un todo.

Sin embargo, al fondo de ese armonioso paisaje, próximo al pequeño pueblo de casitas blancas coronado por la torre de la iglesia, hay un árbol que se distingue de los demás. Ella, con sus ojillos color aceituna, eternamente unida a él lo hace diferente.

Es pequeñita pero robusta, arrastra su cuerpo cansado cuando anda, impulsa su alma vigorosa cuando escucha. El paso del tiempo ha reducido su tamaño a la mitad pero ha aumentado al doble su bondad.

Siempre sentada al atardecer debajo de aquel olivo, contemplan juntos el aletear del tiempo. Simbiosis perfecta la del árbol y ella.

Tez color pardo grisáceo, raíces que simulan manos, arrugas que esculpen su cuerpo, fortaleza templada que ofrece calma. Han compartido soles, lluvias y noches. Superado sequías que los secaron por fuera pero no por dentro; inundaciones que los empaparon sin hundirlos; enfermedades que los volvieron fuertes.

Y mientras, tejieron ramas para acoger el gorjeo de cualquier ave. Se alimentaron de luz y se llenaron de historias que transformaron en nudos y esperanza.

Y no sólo se conformaron con eso, sino que además dieron frutos: palabras que lubrican almas, aceite que sana heridas. Frutos que regalan vida.

Ya nadie en el pueblo puede vivir sin ella, ya nadie en el pueblo puede vivir sin aquel árbol… y aún menos, sin las cientos y cientos de hileras verdes, que convierten en único nuestro horizonte.