El escritor Santiago Campos glosa los encantos de este acogedor pueblo de la Sierra Sur
En este lugar hay esperanza y los minutos corren a un ritmo pausado. La Frailestud es un estado, un nexo de unión, los hilos rojos de Manuel Molina, los pasos de Manolo el Sereno por un Frailes desconocido que quiere salir de la subsistencia y lucha, sin consciencia, por encontrar su sitio; lo que sucede en un pequeño pueblo del sur de Jaén. La Frailestud eres tú, es una entelequia que forma parte de la esencia de la villa de Frailes; es como un espíritu colectivo de gente que ha nacido, vivido y conocido a este pueblo a lo largo de su historia. Es una filosofía de vida que se mete en tu cuerpo sin que te des cuenta y como un pequeño elixir se aloja en él y te transforma.
En estos últimos años se ha hablado mucho de cómo ha ido cambiado la villa de Frailes y la proyección que ha ido teniendo al exterior, no solo en la provincia sino en España y en el mundo. Frailes está de moda y la gente visita este pequeño municipio porque encuentra algo en él; unos dicen que hay una magia especial que está en el ambiente y que suceden cosas inverosímiles. Todo esto tiene mucho que ver con su situación en la llamada Ruta de los Milagros de la que forma parte y su autor Manuel Amezcua es uno de los pioneros de este cambio que ha ido dando el municipio.
El sentimiento de Frailestud se ha ido construyendo a lo largo de los años, no ha sido algo espontáneo y lo han realizado las mujeres y los hombres de esta tierra. Hubo un momento que había poca vida en la villa y los vecinos lo entendieron y se fueron a buscarla a otros lugares, tomaron sus maletas, liadas con una cuerda y se las echaron al hombro, encontraron caminos de esperanza: unos se fueron a Cataluña, otros a las Islas Baleares, Suiza, Alemania, el País Vasco, llegaron a muchos lados y como eran trabajadores, ahorradores y gente con sentido común, la mayoría encontró su nuevo lugar en la historia.
A Sevilla llegaron muchos de ellos, fruto de que, don Enrique, un hijo del médico don Fermín Medina llegó a ser director de la fábrica Renault y familias enteras encontraron allí su trabajo y un mundo lleno de esperanza. Todas estas personas formaron parte de la Frailestud, porque seguían añorando a su pueblo, volvían en vacaciones y siempre que podían regresaban para sentirse fraileros; beber agua del Nacimiento, pasear por las calles y sentir los saludos de los que quedaron en el pueblo. Ellos dieron un salto cualitativo en la forma de abandonar su tierra, ya no eran los emigrantes que se iban por temporadas a campañas de la uva, la fresa, la manzana o recoger la aceituna de la campiña; fue una marcha para siempre pero los cordones estaban dispuestos para no perder el contacto. Allí, se establecieron en barrios como La Algaba o San José y allí los vi aficionarse al Betis o ser hincha del Sevilla. Antonio el de la Pulia; el hijo de Misián; Dionisio el Zapatero; David y Miguel Tello; El Regalao; Cadete; los hijos de Amadeo; del guarda rural Pareja; Miguel y Pedro Mingorance; Luis y Rafael, los hijos de Chapalete; los hijos de la Grilla y muchos otros.
En el pueblo quedaron muchos que salieron adelante como mejor pudieron, fueron años de dificultades de todo tipo, donde la lucha por la supervivencia acaparó la atención de la gran mayoría de fraileros. La población fue disminuyendo y la emigración causó una bajada en el número de habitantes, entre 1950 al año 2000, de unos 3.000 habitantes se llegó a una cifra de 2000 y en los años posteriores hasta llegar al 2015, la población quedó en unos 1.700 habitantes.
Frailes es un pequeño pueblo de la comarca de la Sierra Sur de Jaén, con una economía basada en la agricultura, los fraileros son gente trabajadora, ahorradora, han ido labrándose una identidad propia que les ha hecho estar orgullosos de su tierra. Fueron formándose como en otros lugares y aprendiendo en la escuela y en la vida. La llegada de la Democracia fue importante para todos y nos dio un instrumento para labrarnos el futuro y tomar el ritmo de la libertad.
Un día me encontré en medio de Frailes y pensé que allí iba a permanecer, había ido a Madrid a encontrar un trabajo, pero todo lo que me ofrecieron fue vender algún producto pamplina, además no veía el cielo y pensé que lo mejor era volver. Comencé a valorar la villa, iba al Nacimiento y veía los caños de agua que manaban de aquel lugar y pensaba entre mí qué de donde venía aquella agua, tan cristalina, tan fresca; miraba el lavadero y veía a una media docena de mujeres lavando la ropa, atareadas, pero estaban contentas, se reían y se contaban sus cosas. Recorría aquellas calles: Santa Lucía, Huertas, Santo Rostro, la plaza de los Toros, plaza del Rector Mudarra, calle Campo, y llegaba hasta Linarejos, allí con mi amigo Miguel Tello visitábamos un pequeño huerto, había uvas, higos, duraznos y cada una de estas frutas tenía un sabor diferente, un riachuelo pequeño pasaba por allí y la tentación de sumergir mis pies no la pude controlar, con mis sandalias de goma movía los pies y salpicaba el agua, las huellas del sol modulaban aquella piel infantil que se resentía a su exposición.
(Artículo extraído del libro «La Frailestud» del escritor Santiago Campos, autor también de «Frailes, una visión de su historia» y «El Frailes de Michael Jacobs y Manolo el Sereno». Santiago Campos ha sido durante muchos años corresponsal del diario Ideal).