Artículo de ANTONIO GARRIDO GÁMEZ, Cronista oficial de la Villa de Ibros
Estamos en Ibros, un municipio de 2.827 habitantes, situado en el centro geográfico de la provincia de Jaén, a un paso de las dos grandes ciudades renacentistas de Baeza y Úbeda y también de Linares. Una villa que presume de historia, de patrimonio y de tradición. El legado más importante son sus célebres murallas ciclópeas de fábrica ibera, monumento nacional desde 1931, uno de los referentes prehistóricos más notables de la provincia, que forma parte del Viaje al Tiempo de los Iberos. Como recuerdo permanente de este pasado que afirma la presencia en Ibros de las más antiguas civilizaciones, hace ocho años se inauguró el monumento al guerrero ibero, que se ha convertido en el guardián del pueblo y homenaje a sus señas de identidad. Se trata de una obra en bronce del artista Venancio Sánchez y en su dedicatoria puede leerse: “A los iberos, que eligieron este lugar”. Se trata de un homenaje a nuestra historia, porque el guerrero se ha convertido en el guardián del pueblo de Ibros y en un recuerdo permanente a su origen.
Una historia poco común como ya se puede advertir en una villa cuyo devenir se ha escrito con páginas brillantes, las han escrito por decirlo más exactamente centenares de ibreños a través de los tiempos. Desde las docenas de vecinos que en la mitad del siglo XVI se fueron a repoblar el pueblo granadino de Válor, en la Alpujarra, tras la expulsión de los moriscos de dicho lugar, hasta generaciones de nacidos en este pueblo que han extendido por muchos puntos la venta de hierbas medicinales. De eso tienen fama los ibreños, de multiplicarse y de haber hecho posible que el nombre de este pueblo sea hoy conocido por muchos rincones. Forma parte del carácter de unos habitantes, que se ha reconocido tradicionalmente por plumas ilustres. Camilo José Cela, en el “Primer viaje andaluz”, piropea así a este lugar cuando escribe: “Ibros, a media ladera de su cerro, es villa de gente hábil y brava, divertida y lista, que no habla como la de los demás pueblos del contorno, sino rematando y dejando caer las palabras que con frecuencia copian de los gitanos, con un eco gracioso y roncador, curioso y raro. En la historia –y aquí está el reconocimiento expreso a la manera de ser de los vecinos- no se recuerda que un ibreño haya muerto de hambre. Los ibreños son industriosos y buscavidas, arbitristas y simpáticos, y con un pan y tres tomates son capaces de conquistar el mundo”.
Y el otro legado que constituye el principal referente económico y cultural, es su olivar, que ocupa el 93% del término, un inmenso manto verde por los cuatro puntos cardinales, que produce un exquisito y reconocido oro líquido que es otro orgullo local, con marcas señeras que difunden la pasión y el buen hacer.
Un pueblo sencillo, antiguo pero no viejo, con un entramado urbano lleno de encanto donde conviven en perfecta armonía las nuevas avenidas con las típicas callejuelas, herencia de siglos cuando Ibros, tras la conquista por los castellanos, estuvo dividido en dos jurisdicciones, Ibros del Rey, por ser realengo, e Ibros del Señorío, por pertenecer al Duque de Santisteban. Esta diferencia jurisdiccional también lo fue socioeconómica, marcada por los altos impuestos que debían pagar al Señor. Si en el año 1561 el de realengo contaba con 297 vecinos, el del Señorío apenas contaba con 31 vecinos. Esta división ha marcado la morfología del casco urbano en dos zonas yuxtapuestas. Ibros del Rey, en torno al templo parroquial y el Ayuntamiento, con nobles viviendas de sillares y calles empedradas, e Ibros del Señorío, barrio pintoresco y popular, que muestra su origen en familias con un menor nivel económico. Hasta el año 1734 no se unificó en una sola jurisdicción, que había provocado más de 400 años de conflictos entre autoridades y vecinos de ambos lados. Solamente estaban unificadas las funciones religiosas en la parroquia de San Pedro y San Pablo, que atendía espiritualmente a vecinos de ambos concejos, pero con divisiones, ya que los del realengo se situaban al lado del evangelio y los del Señorío en el lado de la epístola, y también accedían por puertas diferentes. Este tema fue objeto de estudio por el investigador y profesor en la Universidad de Jaén, José Rodríguez Molina.
Como queda dicho al principio, el más importante monumento ibreño son sus murallas ciclópeas de fábrica ibera, uno de los referentes prehistóricos más célebres de la provincia. Se trata de los restos de una gran construcción, formada primitivamente por un recinto cuadrangular, que rodeaba el perímetro del poblado y del castillo, y del que solo se conserva una esquina de 12 y 13 metros de largo. Se cree que la edificación puede tener su origen en torno al siglo IV a.C., según la opinión de destacados expertos, y está vinculada al bronce final, de hecho se trata de la muestra más antigua de fortificación en la provincia. Fue Manuel de Góngora, en su viaje literario por las provincias de Granada y Jaén, que escribiera en el año 1860, quien afirmó que la muralla de Ibros era una construcción ibera, la primera vez en tierras de Jaén que un resto arqueológico era definido ibero solamente por su tipología formal. A las murallas ciclópeas de Ibros se les ha encontrado alguna semejanza con otros restos encontrados en Tarragona e igualmente por su estética se ha comparado con la Puerta de Los Leones de Micenas, en Grecia. También quedan restos de otras civilizaciones como la romana e islámica.
En la plaza del pueblo, donde también se ubica el Ayuntamiento, se alza el templo parroquial dedicado a San Pedro y San Pablo, un bello y señorial monumento, construido a finales del siglo XVI, con una torre campanario renacentista con un toque herreriano y un interior de una sola nave, donde predomina el estilo renacentista con un ligero aire barroco, y destacan sus pinturas murales de la cúpula elíptica que corona el altar mayor, por cierto recientemente restauradas.
Hablar de Ibros es hacerlo de su Patrona, la Santísima Virgen de los Remedios, conocida popularmente como La Remediadora, cuya fiesta se celebra cada 3 de mayo La actual talla de la imagen depositaria del fervor de los ibreños ha cumplido recientemente 80 años, obra del artista granadino Navas Parejo, que transmite paz y belleza y que sustituyó en 1939 a la antigua escultura barroca del siglo XVII. Una devoción de siglos basada en sólidos cimientos que entroncan también con preciosas leyendas. La tradición y la religiosidad popular han dejado en el tiempo páginas vibrantes de esta relación tan emocional y auténtica de Ibros con su Remediadora. En estos dos años últimos años no se ha podido celebrar el día grande a la manera con que Ibros suele hacerlo, excepto los actos religiosos, sin embargo, durante el confinamiento, cada tarde a las ocho, desde el campanario, se transmitía por altavoces la salve y el himno a la patrona, como una bendición para el pueblo. La transmisión oral ha venido recogiendo que la primera imagen venerada apareció en un tejar de la calle del Prado, donde al cavar se encontró una campana que la guardaba. Se habla de un forcejeo entre Ibros y Baeza zanjado milagrosamente por la propia Virgen. Un viejo cantar dice: “La Virgen de los Remedios, un ibreño la encontró, formó pleito con Baeza, pero Ibros lo ganó”
Ibros bien puede formar parte, por la evidencia de la estadística, en un municipio con la asignatura pendiente de la despoblación o lo que se está denominando la España Vaciada. Los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística nos dieron una mala noticia, sigue la sangría de población. No es un mal solo de nuestra villa, es una realidad compartida con otras muchas localidades de la geografía provincial y de otros territorios, el caso es que con 2.827 habitantes en el último censo nos colocamos en el peor registro de la historia, en concreto es así el comportamiento del último siglo. En el año 1900 el pueblo contaba con 3.758 habitantes y hasta el año 1950 se produjo un aumento muy significativo, hasta el punto de que en la década de los 50 estábamos a las puertas de las 5.000 almas, en concreto 4.884 en ese mismo año 1950 del pasado siglo. Fue en la década siguiente y en la posterior cuando se produjo la desbandada, que tiene su explicación en el fenómeno migratorio que se produjo, la situación social y económica obligó a salir de Ibros a decenas de familias, de manera escalonada. En el año 1970 aún nos manteníamos en casi 4.000 vecinos, pero ya en la década de los 80 nos instalamos en el entorno de los 3.000 habitantes, siempre un poco más, pero ahí hemos ido sorteando el panorama demográfico y poblacional.
En el año 2015 sonó la alarma porque cruzamos el peligroso umbral de los 3.000 habitantes, nos colocamos en 2.973 y desde entonces seguimos con la tendencia, de modo que hoy estamos en 2.827, que se dividen en 1.422 hombres y 1.405 mujeres, en general la estadística nos informa de que la división entre ambos sexos se ha mostrado casi siempre muy igualada. Para mayor información aún podemos retrotraernos a épocas anteriores para tener una visión más completa de la evolución demográfica. En el censo de 1787, entre Ibros del Rey e Ibros del Señorío, el censo era de 2.418 habitantes; en los datos referidos a 1842, se percibe que por esos años se había recuperado población y ya estábamos en 3.605; más adelante, en 1860, alcanzábamos los 4.069; en 1877, eran 3.905, y en 1897, se daba un ligero retroceso hasta los 3.781 vecinos. Quiere decir todo esto que ahora nos encontramos en los peores registros por lo menos de casi los dos últimos siglos de historia. Hay problemas y situaciones que forman parte de la globalidad de un tiempo cambiante y que necesitará recorrido para asentarse. Me preocupa el futuro de mi país, pero como la caridad bien entendida dicen que empieza por uno mismo, sobre todo me inquieta el porvenir de mi pueblo y deseo para él todo lo mejor.
No quiero dejar de referirme al trabajo que sobre la historia de la villa obtuvo un premio de investigación y que desentrañaba importantes datos, hasta entonces poco conocidos, del que es autor el hoy director del Archivo Histórico Provincial, Juan del Arco Moya, quien además trabaja sobre la figura de Pedro Pablo López de los Arcos, un destacado ibreño, que vivió en el siglo XVII, que hizo las Américas y que dedicó parte de su fortuna a obras benéficas para su pueblo, preferentemente dedicadas a la educación y al patrimonio, personaje en suma muy atractivo y digno de un mayor conocimiento.
Este es Ibros, ejemplo vivo de un pueblo fiel a su pasado pero con la mirada puesta en el futuro. Lo definió muy bien el escritor ubetense Juan Pasquau, cuando dijo de Ibros que “la antigüedad es un mérito y la vejez un lastre. La remota raigambre de Ibros ha impreso en su fisonomía no un rictus de cansancio, sino una peculiar alacridad jubilosa”. Hay una expresión popular muy conocida que identifica a los vecinos de este pueblo, tanto los que residen en él de manera permanente como la legión de ibreños repartidos por toda la geografía española, también la andaluza, pero especialmente en Cataluña y Madrid. Y es la de sentirse “De Ibros y muy de Ibros”, una afirmación de militancia y de amor a las raíces que caracteriza y distingue a quienes han tenido la misma cuna y se sienten abrigados por el alma de Ibros.