Andrés Ortiz Tafur publica “Los últimos deseos”, una colección de textos desde lo rural y la rebeldía humana
“El tiempo que se presta a dejarte oír el canto de los pájaros o las luchas territoriales de los gatos está abierto a convertirse en un problema. Puedes llegar el primer día y plantar una silla a los pies del huerto y sentarte en ella durante diez minutos, veinte o veinticinco. Hasta ahí bien. La dificultad asoma a la jornada siguiente o al cabo de unas semanas, cuando adviertes que la silla continúa impertérrita, vigilando el crecimiento de los tomates y pimientos, mientras que tus ganas de sentarte comienzan a escasear porque no tienes costumbre”.
Es el primer párrafo del artículo “El anillo de Gollum” que el escritor Andrés Ortiz Tafur (Linares, 1972) publicó el pasado 27 de mayo en ALMA DE PUEBLOS y que ahora cierra el nuevo libro de este bibliotecario de Santiago-Pontones, que vive en lo más profundo de la Sierra de Segura o la periferia de la periferia, y que tiene en su domicilio del anejo de Cortijo Viejo su principal fuente de inspiración literaria.
“Los últimos deseos” (Sílex) es el título de este libro que sale a la venta este miércoles 8 de septiembre y con el que Ortiz Tafur se sumerge en una colección de textos donde lo rural y lo doméstico constituyen su eje vertebrador. Con él, horas antes de la aparición del libro, hemos charlado en Pontones, un pueblo convertido en un santuario gastronómico.
-¿Cómo influye lo rural y cotidiano en tu literatura?
Sin premeditación, al menos al principio, he pasado de la nada al todo. Mis libros anteriores, pese a haberlos escrito en la Sierra, son muy urbanos; y creo, además, que esa distancia y la distinta perspectiva que propicia me han conducido a ello. En “Los últimos deseos” afloró una hermosa casualidad: publiqué dos o tres textos en los que narraba la actualidad de Cortijo Viejo, la aldea en la que vivo, y Gerardo Carrasco, un profesor y un amigo, me comentó que estaban muy bien, pero que dudaba que pudieran ser entendidos fuera del ámbito rural. Supongo que aquello, de alguna manera, se revirtió primero en un reto y al poco en una necesidad. A Dios gracias, la vida que consumimos no la protagonizan las noticias que encabezan los noticiarios. Y en eso he empleado estos dos últimos años: buscar lo que verdaderamente nos importa.
-¿Puede ser la literatura un instrumento de combate contrala despoblación?
La literatura ha puesto de moda la vida rural. Probablemente, sin “La “España vacía” de Sergio del Molino aún no se hablaría tanto de la despoblación, de las carencias que sufrimos los que habitamos en los pueblos. Y, a la par, la literatura también se ha encargado de describir que existe otro modo de vida menos urgente y más lógico. En mi caso, “Los últimos deseos” son textos íntimos donde prevalecen las sensaciones de vivir en una España que te permite ir a tu ritmo. Y, aunque el título del libro pueda indicar lo contrario, no es el final de nada, es el principio de algo muy hermoso.
-La España vacía está dando mucha literatura, pero ¿tú crees que tiene futuro más allá de la melancolía?
Aún no estamos muertos. Al contrario, creo que la pandemia, por ejemplo, ha provocado que se incremente la venta de inmuebles en los pueblos. Mucha gente está regresando o reiniciando una vida en el campo. Hay presente y futuro que construir. Surgen historias y ganas de contarlas.
-Pero, ¿hay motivos para el optimismo?
Es cierto que no hay demasiados motivos para la esperanza, aunque hay que resaltar el trabajo que están haciendo muchos emprendedores locales que no se resignan a ver morir estos pueblos y aldeas. Son ejemplos que sí invitan a un cierto optimismo, aunque por desgracia no son muy abundantes. Quizá echaría en falta un poco más de autoestima de los nativos y mucha más ayudas de las Administraciones públicas para que estos habitantes tengan al menos las mismas oportunidades que los que viven en las grandes ciudades.
“El tiempo que se presta a dejarte oír el canto de los pájaros y las luchas territoriales de los gatos es un hacedor de paz. Y la paz es el anillo de Gollum”, es el párrafo con el que finaliza el artículo “El anillo de Gollum”, uno de los 80 textos breves que componen “Los últimos deseos”.
“Frente a la imposibilidad de variar el rumbo de una locomotora cabe asumir el destino o saltar de la máquina y echar a andar solo. Andrés Ortiz Tafur eligió lo segundo, y desde la atalaya que conforma la Sierra de Segura, el lugar donde lo condujeron sus pasos, nos cuenta la sinrazón que representa emplear todos los esfuerzos en llegar a fin de mes, teniendo toda una vida por delante”, escribe Ernesto Calabuig en el prólogo del libro.
A su juicio, los textos que dan cuerpo a esta obra “suponen el relato o el tejido de toda una aventura personal y espiritual: la crónica, a fogonazos, de un recomienzo. De fondo, una voz, un denominador común, nos transmite la idea de que, afortunada o desgraciadamente, en este mundo, a los hallazgos y visiones sólo podemos llegar o acceder a través de un vía crucis. Hay en este libro tanta rebeldía humana y política como aceptación serena de las reglas de la naturaleza y del tiempo propio”.
Por su parte, el escritor madrileño Sergio del Molino, autor de “La España vacía, un auténtico éxito literario, escribe: “Los apuntes al natural de Andrés Ortiz Tafur –concisos, poéticos y esenciales– dibujan el mundo entero desde un rincón serrano. Al final de la lectura, sientes que llevas todo el día charlando con un buen amigo en la puerta de su casa, y se os ha hecho de noche sin darte cuenta”.
Hasta ahora, Ortiz Tafur había publicado cuatro libros de relatos, o de cuentos como él prefiere decir: “Caminos que conducen a esto” (El desván de la memoria, 2013); “Yo soy la locura” (Huerga & Fierro, 2015), con el que obtuvo el XXIV Premio Anual de Escritores Noveles; “Tipos duros” (La Isla de Siltolá, 2016); y “El agua del buitre” (Baile del Sol, 2020); además del poemario “Mensajes en una botella que estoy acabando” (Juancaballos, 2018). Ha sido galardonado en diversos certámenes literarios y algunos de sus cuentos y poemas aparecen en distintas antologías.