Salvador Compán rescata en ‘Jaén, la frontera insomne’ la leyenda sobre el rey Fernando IV y Martos

Martos celebra este miércoles, 8 de diciembre, el día grande de la Fiesta de la Aceituna, que este año cumple su edición número 41. Por este motivo, desde ALMA DE PUEBLOS invitamos a los lectores a conocer una de las leyendas más célebres de la cultura popular marteña, la de los Carvajales y la Peña de Martos. Lo hacemos reproduciendo el texto que el escritor Salvador Compán publica en su último libro Jaén, la frontera insomne (Diputación de Jaén, Instituto de Estudios Giennenses, 2020).

“Es conocida la historia de Juan y Pedro Alonso de Carvajal, comendadores de la Orden de Calatrava, que han pasado a los libros por haber sido las víctimas equivocadas de una venganza. La muerte de los dos hermanos arranca del asesinato por mano anónima del favorito de Fernando IV, Juan de Benavides. Este hecho ocurre en Palencia y enfurece al rey de tal modo que no atina con la venganza.

Parece ser que la rivalidad o el desacato –aunque puede que sea la simple sospecha- lleva a Fernando IV a culpar a los Carvajales de la muerte de su valido. En todo caso, el rey recala en Martos e impone una sentencia fulminante a los dos hermanos: deben morir juntos, metidos en una jaula de hierro que se arrojará desde lo más alto de la Peña.

Por más que los Carvajales insisten en su inocencia, la venganza se cumple, pero no sin que antes hayan amenazado al rey con una anticipación del futuro digna del teatro griego: en el plazo de un mes Fernando IV morirá y tendrá que rendir cuentas a los dos hermanos en el más allá, pues como dice uno de los romances sobre este tema ‘el poder de Dios alcanza al rey, al rico y al pobre’.

Después del ajusticiamiento, el monarca sigue hacia Alcaudete con el fin de ayudar a su hermano, don Pedro, a tomar la ciudad, pero enseguida se siente mal y se desplaza a curarse a Jaén, donde morirá un jueves 7 de septiembre de 1312, cuando se cumplen los cabalísticos treinta días que los Carvajales habían vaticinado en su maldición. Tenía 24 años, ese día había almorzado con su desmesura habitual pero, después de una siesta intranquila, ya no despertó o sólo lo hizo para ver dos sombras ensangrentadas que venían a cobrarse la venganza.

Esta es la historia o una síntesis de las muchas variantes que originó el despeñamiento de los Carvajales.  Aparte de la anécdota, hay tres puntos desde donde se actualizan los hechos y se hacen fácilmente revivibles: Fernando IV figura en las crónicas con el inquietante sobrenombre de ‘El Emplazado’; en una rotonda de la parte llana de Martos existe una cruz sobre una columna de piedra –en realidad, un rollo medieval- que es conocida como La Cruz del Lloro, pues hasta ese lugar rodaron los cadáveres de los Carvajales o desde allí –explican los más comedidos- el pueblo contempló el despeñamiento; pero quizá lo que actualiza de un modo inacabable la historia de la presencia, abrupta y puntiaguda, de la misma Peña, cuya altura la aísla del paisaje y la ha hecho tradicional presa de grabados, fotografías y fabulaciones. En su misma silueta, está el vértigo de las alturas y el estrépito de la caída de los hermanos que resuena en la historia de la ciudad hasta que se aquieta y se hace pacífico silencio en la zona baja, donde se levanta la Cruz del Lloro”.

Y sobre la fortaleza de la Peña de Martos escribe Salvador Compán en Jaén, la frontera insomne: “En Martos, hay un ejemplo del modo que tienen los castillos de prolongarse en el tiempo y seguir ejerciendo de muchas maneras su fascinación sobre el presente. Sobre cimientos iberos, coronan a la población las ruinas de una primitiva fortaleza que perteneció a la Orden de Calatrava que fue abandonada en beneficio de un alcázar, con doble recinto amurallado, en una cola bastante más baja. En torno a él, creció la ciudad en el siglo XVI y allí intervino el arquitecto Francisco del Castillo para civilizar una plaza –que ya era el centro escénico de la población- y dotar a la iglesia de Santa Marta o al ayuntamiento del vigoroso manierismo que había aprendido en Italia.

Es observable en la tipología de Martos cómo la población fue perdiendo el miedo a la guerra para descender de la montaña como de puntillas, primero, a mitad de la ladera y, más t arde, a niveles cada vez más bajos hasta que pudo pisar la tranquilidad del llano. Pero no del todo. Porque la cumbre donde están las ruinas del primitivo castillo sigue presente en la vida de la población, igual que se quisiera tirar de los marteños para retenerlos en lo más alto de su Peña”.