El periodista Javier López publica “El año que Eva María se fue. Elogio de la Transición”, que recrea la época en la que los niños jugaban en la calle

El periodista y escritor Javier López (Villanueva del Arzobispo, 1963) acaba de publicar el que es su quinto libro, “El año que Eva María se fue. Elogio de la Transición” (Tinta Blanca, 2021). Un título que es una declaración de intenciones y que anticipa una diversión plena al leer esta serie de pequeños y amenos artículos donde López hace un ejercicio de memoria, y también de melancolía, de la que ha sido bautizada como generación del ‘baby boom’, cuyos componentes serán los primeros en sufrir los ajustes en las pensiones anunciado por el Gobierno.

Javier López había escrito con anterioridad tres libros de ensayo y una novela, pero ahora vuelve con el que es, a buen seguro, su obra más autobiográfica. Cuando mira a su infancia asegura que sigue viéndose como “un niño que se afeita”. Y lo hace con las señas de identidad que siempre le han acompañado, una literatura que ha bebido en el acervo popular de aquel tiempo (“cualquier tiempo pasado fue mejor”, admite) que él dice no mirar con nostalgia pero que le marcó de manera decisiva en su vida. “Cualquiera de los textos que componen el mosaico literario de este libro sabe a fruta envuelta en papel de periódico que se estilaba en los setenta, los años de la santa Transición, como denominaba Francisco Umbral a esa época vertiginosa e intensa que vivieron los españoles”, escribe el escritor Emilio Lara en el epílogo del libro.

Javier López recrea una de las épocas más determinantes de la historia más reciente de España con su habitual y singular estilo literario. Y lo hace de la mano de los iconos que marcaron sus primeras décadas de vida: desde Sabina a Ramoncín, pasando por Mingote, López Vázquez, Nino Bravo o Cecilia y también por Felipe González, Suárez, el gol de Rubén Cano en Maracaná el no gol de Cardeñosa a Brasil o los botellines de Mahou. “Todavía escucho a Paco Ibáñez, a Mocedades y a Serrat, veo capítulos de Colombo, leo tebeos y recuerdo mi primer beso como si fuera el último. Si vivo lo que viví es porque el pasado me pilla muy cerca”, asegura.

-“El año que Eva María se fue. Elogio de la Transición”, un título que sugiere mucho. ¿Qué nos vamos a encontrar?

Un tiempo luminoso. El que disfrutamos los niños y adolescentes de la Transición. Un tiempo alumbrado por gentes mejores que nosotros, honestas a la manera machadiana. Por eso, porque lo hicieron posible, el libro es un homenaje a la generación de mis padres, la de los españoles nacidos en las décadas de los 30 y los 40 del siglo pasado.

-¿Cuánto hay de autobiográfico en el libro y cuánto de nostalgia y melancolía?

 Nadie puede desprenderse de su biografía, pero “El año que Eva María se fue” no es un libro de memorias ya que, tal vez porque soy periodista, tienen en él un peso similar el recuerdo y la actualidad. En cuanto a la nostalgia, como soy de natural alegre, no añoro las arboledas perdidas ni echo de menos los momentos que no he vivido. El carpe diem no es más que una máxima de viejos que siempre lo fueron.

-Una infancia, adolescencia y juventud en Villanueva del Arzobispo, ¿qué queda de aquellos años?

Me crie en un pueblo especial, así que de la primera queda todo: soy un niño que se afeita. En la segunda, supe del amor y de la lectura, de la mujer y del libro. En cuanto a mi primera juventud, sobreviví a los ochenta, a la droga y al cuero, que no es poco. En esa década, a fuerza de vivir al límite, descubrí que los desfiladeros tienen muy buenas vistas.

-¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

Si anda la infancia de por medio, no me cabe ninguna duda. No hay nada comparable a la edad menos imaginativa de todas. Es de mayor cuando uno sueña con ser corredor de bolsa, escritor de éxito o funcionario de carrera. De niño uno es lo que decide ser: Messi en el uno contra uno en el recreo o el doctor Cavadas cuando saca una espina del dedo a otro crío. El niño no es imaginativo, piensa a lo grande.

-Alude en el libro a Jarcha, ¿sigue siendo necesario su canto a la libertad?

Hoy hay más siervos que nunca en todas partes. Lo que diferencia al siervo del esclavo es la consciencia de la libertad. El esclavo sabe que no es libre y la emprende contra las cadenas. El siervo, por el contrario, agradece al patrón las tres comidas diarias, el pasto a sus horas. Los siervos llevan una vida de vaca. 

-Los políticos presumen de la Transición española, ¿hay motivos para ello? La Transición es una enmienda a la historia de España, al duelo a garrotazos de Goya, al poema de Lorca, el de los cuatro romanos y cinco cartagineses muertos, a la Guerra Civil, al luto crónico. La generación que hizo posible la entente puede presumir de un logro difícil de repetir. La Transición es el gol de Iniesta de la política española.

-Pero la realidad es que las nuevas generaciones lo están pasando peor, al menos en lo laboral y las expectativas de futuro.

Los jóvenes con rasgos carnívoros, los ambiciosos, se comen el mundo en todas las épocas. Pero es cierto que aquellos que no lo son lo tienen ahora más difícil que entonces. Incluso en los pueblos, donde antes siempre había tarea. Mi caso es ilustrativo: mi padre era un buen albañil y yo un pésimo peón que, sorprendentemente, tenía trabajo en verano.  

-Ahora se habla de la España vacía. ¿Qué sientes cuándo ves cómo se apagan nuestros pueblos?

Escribió Galdós que ningún canto de libertad es comparable al de los niños cuando salen del colegio. Del mismo modo, ninguna felicidad es comparable a la de una calle llena de niños. Cuando era un crío compartía juegos con decenas de ellos en San Miguel, mi barrio de Villanueva del Arzobispo. Hoy casi todas las casas están deshabitadas. La situación me desazona, pero es un argumento fácil responsabilizar solamente a la política del despoblamiento de los pueblos. Cuando uno es joven, es trashumante. Esa es la causa.