ALMA DE PUEBLOS publica los dos trabajos premiados en la modalidad de microrrelato de la V edición del Premio Internacional de Relato sobre Olivar, Aceite de Oliva y Oleoturismo,
ALMA DE PUEBLOS publica los dos trabajos premiados en la modalidad de microrrelato de la quinta edición del Premio Internacional de Relato sobre Olivar, Aceite de Oliva y Oleoturismo, convocado por Ferias Jaén y organizado por la Asociación Cultural Másquecuentos.
La madrileña María Lorenza Fernández se ha impuesto en la modalidad de microrrelato con su cuento “Olivo Fantasma”, por el que le corresponderán 400 euros. Y el jiennense afincado en Madrid José Andrés Alcalá con su microrrelato “Donde nadie mira” (200 euros), un autor que también ha logrado el novedoso premio creado en esta edición de mejor relato para promocionar las bondades del olivar y el aceite de oliva con la historia titulada “Un mapa de dos colores” (300 euros), que ahora MQC trabajará para convertirlo en un cortometraje que dirigirá el realizador Luisje Moyano.
OLIVO FANTASMA
Loren Fernández
Cuando atravieso el olivar, parece surgir de la nada. Retorcido, hueco, enlutado entre los olivos verdes de aceitunas, como las ruinas de una casa fantasmal. Por un instante, me aterro, creo que he equivocado el sendero y he caído en otro mundo, ajeno y tenebroso, donde me atrapará algún fantasma. Somos presa fácil de los espectros, cuando un dolor reciente nos desarma.
Aún siento dolor por aquel martirio largo e incomprensible junto a Mateo. Aunque sea leña vieja. Después de quince años girando como un hámster en su rueda cruel, renuncié a intentar que me tratase, al menos, como a su perro. Le vi en el juicio sin sentir culpa en el estómago, ni amor en el corazón, ni esa descarga eléctrica en la frente que avisa de los peligros. Le vi como un olivo hueco y retorcido, en el que apenas se adivina la forma de un árbol y que ya no habitan los fantasmas.
Oigo pasos sobre la grava. Los niños recorren a la carrera el sendero, y se retan a subir al tronco seco del olivo. Estoy a punto de prohibirles hacerlo: pueden clavarse una astilla, caerse de una rama que se quiebra, ser picados por una serpiente oculta entre la hojarasca. Pero callo. Mis primos y yo también conquistábamos árboles con magulladuras, picaduras y sangre. Como conquistamos la vida. En lugar de detenerles, les propongo ayudarles a construir una casita en el tronco hueco del olivo. Dejará de ser un escondite de fantasmas, para cobijar secretos de niño.

DONDE NADIE MIRA
José A. Alcalá Martín
En el pico de la colina sin nombre, los muertos crujen con esencia a madera. Nadie del pueblo, que duerme a sus pies, se atreve a subir. Una densa incertidumbre blanca oculta los senderos y un gélido viento siempre golpea de cara sin importar la vertiente. Si alguien subiera hasta la cima, encontraría un solitario olivo, más añejo que el mismo tiempo. Mas nadie lo hace por atávica cautela. Su tronco se repliega sobre sí mismo, creando su propia realidad. Mientras, sus ramas y hojas se expanden cual tentáculos en la oscuridad, ansiadas por ir más allá de los dominios de Nyx; pero siempre encuentran un poco más de noche. Las tinieblas envuelven y ocultan las aceitunas que cuelgan. Pero yo sé como son, por desgracia, las he visto. Son de cien matices de verdes, algunas violetas mate, otras negras, las hay marrones pardas, al igual que la tierra atormentada. De constitución picudas, otras más estilizadas, pero la mayoría son rechonchas y jugosas. Todas, sin excepción, se nutren de la vida del pueblo. Todas nacieron en la noche de su tiempo, pero a una eterna serán devueltas.
Cuelgan, exactamente, siete mil siete.
Cuando una cae, su eco rueda ladera abajo y se funde con el tañer de las campanas que despiden y lloran a su vecino muerto.
Entonces, el pueblo cuenta un habitante menos; siete mil seis para ser exactos.
Sin tiempo para lamentaciones, la noche continua y en lo alto de la colina sin nombre, comienzan a nacer tiernos brotes. Pronto, muy pronto, nuevas aceitunas adornarán los tallos del olivo sin tiempo y nuevas gentes poblarán el pueblo trayendo renovadas esperanzas.
Ellos todavía no lo saben, pues nadie se atreve a mirar el futuro; nadie, excepto yo, que ya no tengo.