NUEVO TRABAJO DENTRO DEL V PREMIO INTERNACIONAL DE RELATO SOBRE OLIVAR, ACEITE Y OLEOTURISMO DE LA ASOCIACIÓN MÁSQUECUENTOS
ELISANDRO CUARESMA
Septiembre es el verdadero punto de inflexión: termina todo y empieza todo. Las primeras lluvias que anuncian el final del verano lavan con mimo las olivas y parece que estén riendo. Ríen y bailan. Lluvia fina y viento suave. Y silencio.
Si vas caminando bajo la lluvia suave del final del verano o del comienzo del otoño puedes ver las olivas que ríen: se mecen con el vientecillo, sus hojitas entornadas por el último calor del verano se despliegan y se limpian y comienzan a brillar. Las aceitunas se llenan de vigor y parece que quieran reventar y soltar el aceite bendito que llevan dentro. Los zorzales que vuelven buscando el frío y anunciando el cambio de estación revolotean por los campos infinitos de olivas. Unos conejillos corretean entre los troncones sin destino concreto, otros se aproximan al camino con sus patitas embarradas. Y el olor a tierra mojada.
La llovizna ha limpiado todo, los colores son nuevos. Ahora las aceitunas que brillan y muestran su lustre se preparan para darnos el aceite áureo nuevo, con los recuerdos de la infancia, con el olor a hierbas y al pan consistente empapado de su bendición. El santo óleo nuevo que servirá para ungir al niño que nace y al anciano que muere.
Un hombre que camina solo observa el espectáculo. Sus pies parecen fundirse con la tierra que tantos hombres y mujeres han pisado, tierra que tanto sudor lleva absorbido, tantas horas de frío y de calor, tantas horas de trabajo. Ahora el hombre y la tierra son uno. Y se va perdiendo entre las olivas y se convierte en un árbol más, lleno de vida, lleno de futuro, que ríe y baila al son de lluvia y con el vaivén del viento, con los pajaritos que revolotean en derredor.