Microrrelato de Elisandro Cuaresma dentro del V Premio Internacional de Relato sobre Olivar, Aceite y Oleoturismo que organiza la asociación Másquecuentos
72. Verano: aceitunillas infantiles
Elisandro Cuaresma
El sol sube y sube, como una esfera roja incandescente. El cielo raso. Ni una nube. Tan azul como infinito. Las olivas se despiertan contentas con el frescor efímero de la madrugada. El olivo es un árbol aguerrido, estoico y firme. Frente al sol de agosto no se hunde: resiste.
Ya se van viendo las pequeñas esferitas verdes, redondas y picudas, frágiles. Las olivas cierran un poco sus hojitas sobre las aceitunillas infantiles, como queriendo protegerlas del sol que va a caer sobre los campos.
El hombre camina acompañado de la mula. La mula mira a la tierra y carga en su lomo cuatro cántaros de barro. Van hacia el arroyo. El equilibrio es sublime: arroyo, mula y hombre están en su destino, las olivas y las aceitunas también.
Ahora el hombre orienta a la mula hacia el arroyo, se fija en el infinito azul del cielo, con el sol rutilante desparramando sus rayos sobre cada oliva, sobre toda la tierra. Empieza a llenar los cántaros del agua que todavía está fría. Hace su trabajo, su cometido en el ciclo: llena los cántaros, los carga en la mula, llega a una oliva y derrama el agua con cariño y mimo, haciendo el trabajo con el alma, con el corazón y los sentidos puestos en la tarea sencilla. Y vuelta a empezar…
Una oliva tras otra va bebiendo el agua fresca; soportan el sol y el calor del verano. El hombre descansa un momento, busca la sombra frágil de una higuera donde descansa la mula, al lado del arroyo, bebiendo también del agua de vida. El hombre come el pan empapado del aceite y recuerda otros soles de otros veranos, otros días de cielo raso sin nubes con gente que ya están en la tierra empapada que refresca a las olivas.