La Estación de Espeluy, que acogió hace 57 años a vecinos expropiados de la Sierra de Segura, fue uno de los muchos asentamientos que nacieron al albur del ‘Plan Jaén’
Adolfina Molina Blanco tenía apenas un año y medio cuando vivió en sus carnes el éxodo rural, en este caso una diáspora forzada. La creación del Coto Nacional de Caza de las Sierras de Cazorla y Segura, en la década de los años 60, expulsó a decenas de vecinos de las aldeas de la Sierra de Segura. Muchos de ellos recalaron en la Estación de Espeluy, donde se levantó un poblado de colonización al albur del llamado ‘Plan Jaén’.
A los nuevos pobladores se les ofrecía una porción de tierra para cultivar y en algunos casos una res, a cambio de donar una parte de sus exiguas cosechas. Fue lo que le ocurrió a la familia de Adolfina, con sus padres y cinco hermanos, que tuvieron que abandonar la aldea de La Cabañuela, entonces perteneciente a Pontones (desde 1975 convertido en el municipio de Santiago-Pontones tras la fusión). “Mis padres tenían ganadería ovina y caprina y también toros, pero todo se lo expropiaron para traernos a Espeluy, un giro total en nuestras vidas”, recuerda con nostalgia Adolfina, que cuando llegó a la Estación de Espeluy era la niña más pequeña de este poblado.
La Estación de Espeluy fue uno de los 330 asentamientos que el régimen franquista promovió a mediados del pasado siglo por diferentes zonas de España (mayormente en Andalucía y Extremadura). Iniciativas como el ‘plan Badajoz’ o el ‘Plan Jaén’ nacieron para intentar frenar la despoblación de las zonas rurales, pero lo cierto es que la mayor parte de estos enclaves no lograron retener a sus habitantes y otros muchos son hoy auténticos pueblos fantasmas.
De alguna manera, es el caso de Espeluy, un municipio de apenas 600 habitantes, la mitad de los que tenía cuando recibió la avalancha de colonos de la Sierra de Segura allá por el año 1965. Las casas y tierras de los nuevos colonos se levantaron en la Estación de Espeluy, lo que convirtió a este núcleo de población en más importante que el casco urbano de Espeluy. Incluso el colegio se instaló en la Estación, y ahí siguen acudiendo en la actualidad unos 60 niños, muchos de ellos desplazados en transporte escolar desde la población de Espeluy.
La llegada de los colonos coincidió con una época de esplendor del ferrocarril en la Estación de Espeluy. “Entonces había muchísimo tráfico de trenes, era un sin parar, pero ahora apenas paran dos o tres trenes al día”, se lamenta Bartolomé Anguita, de 87 años, que trabajó durante muchos años como taxista aprovechando el tirón que entonces tenía el ferrocarril. Ahora, la licencia de taxi la regenta su hijo, pero ya con mucho menos negocio que el que había hace medio siglo.
Decenas de familias de los términos municipales de Hornos y Pontones se vieron ‘forzados’ a emigrar con la llegada del Coto Nacional de Caza. Precisamente, en el año 2010 Hornos y Espeluy oficializaron un hermanamiento entre ambas localidades, con la presencia de muchos serranos y espeluseños. Y cinco años más tarde se inauguró una placa en la calle Virgen de la Cabeza de la Estación de Espeluy que recordaba los 65 años de la llegada de muchos aldeanos desde la Sierra de Segura a este poblado de colonización. La placa lleva impreso el contenido de ‘La fábula del cuervo’, un cuento popular originario de La Cabañuela que sirve como metáfora para recrear el sueño y la ilusión que vivieron los antiguos colonos.
Horacio Castillo Gómez, de 87 años, llegó con apenas 30 años desde La Cabañuela, en Pontones, hasta la Estación de Espeluy. Pero no duró mucho tiempo allí. Tras casarse, puso rumbo a Madrid, donde ha vivido 35 años para volver a Espeluy tras jubilarse. “Ahora me entretengo cuidando el huerto que tenían mis padres”, comenta Horacio mientras recoge los pimientos de su huerto familiar.
Otro colono originario de La Cabañuela es Antonio Ojeda, que regenta el restaurante El Puente en la Estación de Espeluy. “Lo que recuerdo cuando llegué con 9 años era que tenía mucha sed, porque veníamos de una tierra con mucha agua y en Espeluy el abastecimiento a las casas no llegó hasta muchos años después”, explica Antonio, que estos días está de vacaciones en la Sierra de Segura dándose un baño de nostalgia y de sentimentalismo.