El libro «La frontera interior. Viaje por Sierra Morena», de Manuel Moyano, Premio Eurostars de Narrativa de Viajes y Libro del Año Región de Murcia
“Llegué a Aldeaquemada en un frío amanecer de febrero, después de haber atravesado un solitario paisaje de encinares. El sol, que asomaba entre las montañas, iluminó débilmente la hondonada donde se enclavaba aquel pequeño pueblo andaluz. Dejé el coche junto a su plaza mayor y, envuelto en mi propio vaho, di un paseo por anchas calles en las que no se veía un alma. El aire olía a leña y a aceite. Por un instante, el estilo colonial de la vieja iglesia de piedra me trasladó a la remota América. Todo parecía guardar una escrupulosa simetría, como si, lejos de crecer espontáneamente, el pueblo hubiera sido trazado con escuadra y cartabón por antiguos delineantes. Di por fin con un vecino, al que pregunté si era cierto que allí tenían antepasados suizos y alemanes”.
Es uno de los párrafos del libro “La frontera interior. Viaje por Sierra Morena”, del escritor cordobés afincado en Murcia Manuel Moyano Ortega. El libro (publicado por RBA en 2022) obtuvo el Premio Eurostars de Narrativa de Viajes y ahora ha obtenido el Premio Libro del Año Región de Murcia.
Como el título indica, es un recorrido a todo lo largo de Sierra Morena, desde Despeñaperros a Barrancos, ya en Portugal. Los dos primeros capítulos y parte del tercero pasan por Jaén.
“Sierra Morena es una tierra de nadie. Frontera física entre el centro y el sur de España, esta cadena montañosa casi despoblada ha acogido a lo largo de los siglos bandoleros, contrabandistas, ermitaños, poetas y otros personajes extraordinarios, cuando no sobrenaturales. Atento a la historia y a los pequeños detalles, Manuel Moyano nos la redescubre con una nueva mirada, obteniendo como resultado un título memorable de la literatura de viajes”, se indica en la presentación del libro,
“Este libro contiene esa magia, tan discreta como infrecuente, que consiste en transformar lo familiar en insólito. El autor se reclama viajero romántico, pero es a los caminantes de trote corto a quien se parece, al Camilo José Cela de la Alcarria, al Azorín de los pasos del Quijote […] y, cómo no, al Miguel Delibes de las madrugadas castellanas”, escribe en el prólogo Sergio del Molino.
Reproducimos a continuación otros dos párrafos del libro que abordan la Sierra Morena jiennense:
“Sierra Morena no representaba una fractura del territorio tan sólo en sentido geológico: también lo había sido en un sentido político. Tras la Reconquista quedó convertida –ya se ha dicho– en una gran comarca despoblada, una inhóspita terra nullius que separaba el centro del sur de España, y en la que sólo se levantaban algunas ventas cuyos dueños se veían obligados a confraternizar con los abundantes salteadores. La llegada de riquezas procedentes de América por los puertos de Cádiz y Sevilla obligó a establecer una vía de comunicación rápida y segura con la capital, Madrid. De este modo, Carlos III decretó en 1761 la construcción de la carretera que atravesaría Despeñaperros. El paso siguiente consistió en repoblar la zona como medio de combatir el bandidaje, lo que dio origen a las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena”.
“Desde el punto de vista geográfico, Sierra Morena representa un escalón longitudinal de casi quinientos kilómetros de largo entre la altiplanicie central y el sur de la península Ibérica. Históricamente, y en cuanto que tierra de nadie, ha desempeñado un secular papel de frontera, de paréntesis territorial. Los geólogos, por su parte, la han catalogado como horst: un macizo tectónico limitado por dos fallas. Finalmente, desde una perspectiva poética, cabría imaginar que la Meseta Central fuese un vasto mar derramándose por uno de sus flancos sobre el valle del Guadalquivir; Sierra Morena sería, entonces, el conjunto de cascadas a través de las cuales sucede tal derrame.
Hace tiempo que concebí la idea de emprender un viaje que surcase esta cadena de suaves montañas en toda su longitud, un viaje que, hasta donde sabía, nadie había escrito antes. Por más que abarcase varias regiones –Andalucía, sobre todo, pero también Castilla-La Mancha, Extremadura y el Alentejo portugués– necesariamente debían existir a lo largo del recorrido unos rasgos comunes, genuinos, determinados por la vegetación, la fauna, la orografía y la historia; rasgos que, de algún modo, constituirían la argamasa del viaje”.