Salvador García Ramírez ensalza la belleza de Baeza en el inicio de la Semana Machadiana

Asomada a un otero sobre el valle que en el Alto Guadalquivir sirviera tanto tiempo de frontera, en el centro geográfico de esa cora de paso y caravanas que es Jaén, con un ojo puesto en el Levante al que ni las autovías ni los trenes del aceite encuentran la salida y con el otro mirando hacia el flujo del progreso que baja de la Meseta hacia el Sur y viceversa rozándola en su término, se encuentra “la ciudad moruna” que cantara el poeta, la de los campos alegres de olivar “de loma en loma rayado”. Esas mismas lomas de cebada que tanto admiraran al historiador Vicens Vives, como lo hiciera de la nobleza de su patrimonio, el mismo que incitara a escribir a Federico cuando de visita descubre la fuente de Santa Maria emergiendo como un arco del triunfo en la pendiente, llevándole a exclamar: “el suelo es de terciopelo verde”. El mismo enclave donde vienen a meditar San Juan de la Cruz y los conventos. El territorio donde acude a refugiarse de su azarosa  vida el superintendente Pablo de Olavide.

Por su historia y su ubicación, Baeza ha sido siempre una ciudad para encontrarse. En ella han recalado desde antiguo sucesivas civilizaciones componiendo las letras de su nombre, fusionando culturas hasta dar con la fisonomía de una población que renace cada tarde sobre el dorado de la piedra de sus edificios. De ahí su singularidad, de ahí su reconocimiento. De ahí el título de este artículo que pretende resumir, como las variables de una fórmula, los elementos que la definen, las tres velas que manejar con destreza para que ese navío surque los mares del futuro orgulloso de su estela, pero atento siempre a la abundancia y el influjo de los puertos donde se puede arribar.

Escultura de Antonio Machado en Baeza, que esta semana celebra la Semana Machadiana.

Cualquiera que sea la vertiente desde la que el viajero se aproxima, a Baeza se llega subiendo por los campos de olivar, como si las hileras de olivos quisieran posponer la llegada enfatizando el momento de la recompensa que su descubrimiento nos ofrece. Desde su atalaya, el paisaje reconforta del esfuerzo con ese extenso valle que va desde Cazorla a Jabalcuz con Mágina en el frente. Un impresionante bosque de olivos madura los aceites que vienen acaparando premios que los reconocen entre los mejores del mundo. Ese es uno de los pilares de su tradición y su progreso.

La cultura es el otro, la avanzada erudición que nos remonta a su universidad y al maestro Juan de Ávila, que nos recuerda las imprentas del barrio de San Gil y aquel bestseller  de su tiempo que fue el Examen de Ingenios para las Ciencias del nunca suficientemente reconocido Huarte de San Juan. El saber que sigue irradiando la sede de la universidad internacional de Andalucía. Pero, en concreto, por azares del destino, Baeza es un enclave insistentemente ligado a la poesía: el alcázar de los romances fronterizos, el lugar en que se conocen Lorca y Machado, el remanso donde escribe San Juan de la Cruz. Tradición lírica que sigue viva y se proyecta cada año más allá de nuestras fronteras con el Premio de Internacional de Poesía “Antonio Machado en Baeza”, del que se han cumplido ya veinticinco ediciones. Ese es el segundo eje sobre el que se asienta su personalidad.

Y Baeza es, por último, un enclave en el que las diferentes civilizaciones que la habitaron dejaron un rico patrimonio cultural y arquitectónico que aquel que la visita descubrirá en su gastronomía, en sus costumbres y, de manera ostensible, en su catedral, iglesias, mansiones, torres, plazas y palacios. Todo este legado ha merecido el reconocimiento de ser considerada, junto a la hermana ciudad de Úbeda, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Pasear por sus calles de  extramuros, perderse por el trazado laberíntico del interior de su muralla, resulta una experiencia que asombra por su autenticidad y estado de conservación. Ese es el tercero de los pilares que la hacen tan atractiva y diferente.

Biatia, Bayyasa, Baeza, el destino lleno de rincones y matices, la que se ofrece al que la vive y al visitante se muestra, la que intenta aprehender, sin conseguirlo, este soneto de mi libro Arca del agua (Diputación Provincial de Jaén, 2018), ilustrado con acuarelas de Juan Antonio Lechuga y que lleva por título:

“De invierno a primavera”:

Un regazo de sol, un balcón en la esquina

fugaz del laberinto. Otro cuarto a deshora.

Otro fuste en la tapia. Un secreto que añora

un pasadizo. Restos de almagre en la retina.

Una larva de luz. Un hueco en la hornacina

que arrullan los naranjos. Un abril que demora.

Un pequeño frontón sobre el agua que aflora.

El porte de un ciprés enhiesto en la neblina.

Una espadaña de vencejos. Una entereza

de adarve y gavilán. Un alero a la altura

de un arco. Un palacio. Una herida nobleza

con pendón comunero. Una piedra madura.

Una higuera en la torre. Otra cruz. La belleza

de un verso. Un blasón. Una triste dulzura.

Salvador García Ramírez

Baeza, enero de 2022

Pasear por el conjunto histórico de Baeza es un auténtico placer para los sentidos.