Tribuna de Faustino Castillo en el Día Internacional de las Mujeres Rurales

«Están en mi memoria, de negro impoluto salvo las canas, como tantas otras. Mis dos abuelas, en mil tareas ocupadas, después de jornaleras, amas de casa. Mi madre y tantas madres, mi hermana igual que ellas, unidas al olivo y a la tierra para extraer el fruto necesario de la supervivencia.

Están en mi memoria, la madre de mi madre, viuda de guerra, desposeída de todo y sola que, con sus manos levantó una casa de barro y una huerta y un hijo y unas hijas muy pequeñas, que luego serían jornalero o sirvientas, y a base de esfuerzo y de quebranto salió adelante allí en La Iruela, en medio de soledad e indiferencia.

Está también mi madre, una viuda muy joven, en Solana. Jornalera delgada como un junco y vestida de negro como un cuervo. Cuatro hijos colgados de su falda y de su esfuerzo hasta que ya no pudo más y fue cediendo marchándose a la diáspora muy lejos, en busca del futuro que aquí ya no encontraban. Perdida y agotada de tanto escarbar entre la tierra helada por la escarcha o rota por la sed que acumulaba.

Está también mi suegra, con otra carga de hijos a la espalda y, un marido que andaba por el campo en mil oficios haciendo de la supervivencia un drama. Marchándose a la fuerza de esta tierra en busca de esperanzas. Pealeños, que veían alejarse sus horizontes viejos.

Y así, un sinfín de luchadoras, de jornaleras bravas que arañaban la tierra o que limpiaban, para sacar adelante su familia y su casa.

Esta es mi ofrenda a todas ellas, mi homenaje más sentido de nieto y de hijo agradecido. De hermano, de yerno de sobrino. De primo, de cuñado, de amigo. A todas las mujeres de esta tierra que con tanto sudor sembraron y recogieron las cosechas».